La Victoria es la senda para mi iglesia


Mensaje recibido el 23 de diciembre 2023


Mensaje:
Busco que la vida y el camino sea para aquellos que aman a mi Padre, por sobre todo; por sobre el mundo, por sobre el afán, por sobre el dinero, por sobre las esperanzas de cada uno. Porque sobre todo eso están los cielos, sobre todo eso está la gloria de mi Padre, la gloria de la vida eterna, la gloria del hijo y de lo que es eterno.

La corona que el Padre ha puesto en mi cabeza es para su poder manifestado en mí, como hombre también. Tuve esa corona desde el principio de todo, pero al estar entre ustedes y entregarme por ustedes, esa corona también es puesta en la cabeza del hombre que entra en el nuevo pacto del Hijo de Dios hecho hombre, que por su obediencia puede ahora entrar al reino de los cielos, victorioso y pleno en la gloria de mi Padre. Así también ustedes al reino de los cielos entrarán victoriosos y en carros de fuego, victoriosos en el hijo del hombre, con el Espíritu de Dios plasmado en sus frentes. La corona brilla como el oro y las piedras preciosas, e irradia sabiduría, poder, gloria y permanencia en el camino.

Los cielos están bajo sus pies, bajo mis pies, porque no estoy en el cielo, sino sobre el cielo. Hoy están ustedes bajo el cielo, bajo el reino de Dios, más mi Padre y yo anhelamos que estén sobre el cielo, no bajo él. Los hijos que obedecen son esos, y los hijos que no pudieron, que no fueron luz en el mundo, estarán en el cielo, pero no sobre el cielo.

La búsqueda en mí los hace ceñirse el cinto como vencedores y los vencedores llegarán a tener los cielos bajo sus pies. La vida de Cristo en cada uno de los hijos de Dios es victoria en los cielos y las puertas se abren de par en par ante mí, porque llego al Padre con mi iglesia, porque llego al Padre con los victoriosos, en cánticos de victoria, en aleluya y gracia de vida en mí.

Cuando abren sus bocas es cuando reciben de mí, yo voy a ustedes en verdad y eternidad y, sobre todo, en carros de victoria. La victoria es la senda para mi iglesia, la victoria es la forma de que los cielos se abran sobre ustedes, la victoria en mí es la victoria sobre el mundo y sobre satanás. La victoria hará cambiar al universo y eso ocurrirá por mi iglesia, por mis amados hijos. Hijos de la esperanza, hijos de la sabiduría y de la obediencia.

La victoria es eterna y no tiene comparación con nada en el mundo. No hay nada en el mundo que pueda reflejar o ser cercano al inicio de la victoria en los cielos. No hay nada en sus mentes que pueda mostrarles la victoria. Sin embargo, si quieren tenerla y hacerse de ella, Cristo es la victoria, Jesús es la victoria del hombre en la tierra.

Jesús trajo la victoria al hombre, porque antes de eso, la victoria estaba sólo en los cielos y cada pequeño triunfo de los hombres que escucharon a Dios, antes de la venida de Cristo, muestra una parte de la victoria de Cristo. Pero Jesús trajo la victoria en complacencia total del Padre y la puso al alcance de sus hijos. La mano de los hijos de Dios que siguen a Cristo puede tomar la victoria para su iglesia. Para su iglesia, pero no para sí mismo.

Porque luego de la subida de Cristo al reino de los cielos, la victoria queda en el mundo, pero sólo para su iglesia y no para personas o para hombres, sino para la iglesia de Cristo. Cuando los hombres hablan de victoria y creen que la victoria está para cada uno por separado, se equivocan, ese no es el camino de la
victoria, la victoria es para la iglesia, no para personas. Eso el mundo hoy no lo ve, si los hijos de Dios supieran que la victoria es sólo para la iglesia, entonces ya no buscarían más la gloria personal y buscarían la gloria de Cristo.

Hasta hoy muy pocos han comprendido esto y algunos, viéndolo, no lo han buscado, porque buscar la verdadera victoria implica dejar las victorias personales. ¿Quién buscaría la gloria personal si sólo es un peón en el ejército de su señor? Mas quien busca ser general, su propia victoria busca. Cuando el ejército de Dios entre al reino de los cielos será uno solo el general, uno solo el capitán y sólo el rostro de Jesús irá en las almas de cada uno de ustedes resplandeciendo como el sol de la mañana, lleno de gloria. Aquél que muestre su propio rostro, no entrará al reino de los cielos; aquél que lleve su propia victoria, no tendrá el resplandor de la victoria. Sólo Cristo abre las puertas de la victoria, sólo el hijo unigénito transita de victoria en victoria, sólo el hijo del hombre resucitado lleva consigo al injusto que se volvió justo en la humildad y en la obediencia.

¿Cómo podría el soberbio tener victoria?
¿Cómo podría el ciego tener resplandor en su senda?

Sólo el hijo del hombre tiene la victoria marcada en su frente con fuego. Por eso sus ojos lo ven todo, por eso su gloria es tal que su mirada refleja compasión eterna, amor y búsqueda de justicia para su iglesia. Su mirada busca en los hijos de Dios, con compasión, la victoria ya hecha, para mostrar el camino al Padre. Si su iglesia lo sigue, verán su espalda, pero tendrán su rostro reflejado en ellos. Al buscar su espalda siguen su camino, sus enseñanzas y la senda victoriosa. Cada paso en el camino de la victoria va reflejando una parte del rostro de Cristo en la vida de su iglesia. Ese rostro que lo vio y que lo vivió todo por amor. Cada brillo en su rostro está formado por uno de los hijos de Dios. Cada hijo de Dios forma parte de su
rostro.

Los hijos y su iglesia es santa ante los ojos del Padre, porque tienen en su pecho el rostro de Cristo. Su iglesia lleva a Cristo en ella, lo refleja en el mundo, pero en el reino de los cielos, su iglesia es Cristo mismo. Jesús mismo hecho hombre en su iglesia.

El Padre espera a su hijo, a su lado, en plenitud. La plenitud de Cristo junto al Padre será restaurada cuando su iglesia se siente a la mesa. Porque el hijo del hombre se dejó en su iglesia, el está entre nosotros y volverá a ser pleno en los cielos, con su iglesia victoriosa, con su iglesia santa y pura. Esto es parte del sacrificio de Cristo por su iglesia, junto al Padre.

El Espíritu de Dios ha hablado a la iglesia de Cristo con la autoridad del Padre, para llevar la voluntad de Dios a sus hijos. Que su palabra sea cumplida.


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